Odisea II: La Vuelta
La Odisea es un relato larguísimo, en cantidad y en aventuras.
Pero mis recuerdos son breves y variados.
En mi familia siempre se hablaba de cierta vez que me perdí en la playa juntando vasitos.
Caminé sin mirar a los costados, y en cuanto alcé los ojos estaba en un sitio que no conocía.
Las sombrillas eran de otro color, había canchas de tenis junto al mar y las personas hablaban en otro idima. No sabía en qué playa estaba, ni cómo se llamaba aquella en la que me aguardaban mis padres. Estaba perdido.
Finalmente, por una serie de casualidades milagrosas, una hésped del hotel donde nos alojábamos me reconoció y me llevó de regreso con mis padres; desesperados, ya habían dado aviso a la policía.
Esa noche me enteré de dos cosas: había caminado una buena cantidad de kilómetros y me habían llegado a buscar en helicóptero.
Cuando se narraba el incidente, y mis hermanos se burlaban de mí, yo me defendía:
—Bueno, después de todo —decía—, hablaban otro idioma y había canchas de tenis: no me perdí, descubrí otro continente.
—No descubriste nada —decía mi abuelo—. Te perdiste.
—¿Y cuál es la diferencia entre encontrar un lugar nuevo y perderse? —le pregunté desafiante.
—Saber cómo volver —dijo con tristeza mi abuelo.
Pero mis recuerdos son breves y variados.
En mi familia siempre se hablaba de cierta vez que me perdí en la playa juntando vasitos.
Caminé sin mirar a los costados, y en cuanto alcé los ojos estaba en un sitio que no conocía.
Las sombrillas eran de otro color, había canchas de tenis junto al mar y las personas hablaban en otro idima. No sabía en qué playa estaba, ni cómo se llamaba aquella en la que me aguardaban mis padres. Estaba perdido.
Finalmente, por una serie de casualidades milagrosas, una hésped del hotel donde nos alojábamos me reconoció y me llevó de regreso con mis padres; desesperados, ya habían dado aviso a la policía.
Esa noche me enteré de dos cosas: había caminado una buena cantidad de kilómetros y me habían llegado a buscar en helicóptero.
Cuando se narraba el incidente, y mis hermanos se burlaban de mí, yo me defendía:
—Bueno, después de todo —decía—, hablaban otro idioma y había canchas de tenis: no me perdí, descubrí otro continente.
—No descubriste nada —decía mi abuelo—. Te perdiste.
—¿Y cuál es la diferencia entre encontrar un lugar nuevo y perderse? —le pregunté desafiante.
—Saber cómo volver —dijo con tristeza mi abuelo.
Marcelo Birmajer
No hay comentarios.:
Publicar un comentario