martes, octubre 17, 2006

Resistire II


“Tengo que hacerles una confesión”, dice el Nico, que ha estado como ido toda la noche. Estamos celebrando el cumpleaños del Negro en este lugar español de moda, el De la Ostia, y por fin parece que vamos a entender la razón de su cara de culo. “Anoche se terminó mi placer culpable, mi ritual de cada madrugada, mi religión durante casi todo este año. Se acabó y estoy triste”. Todos nos miramos con cara de “está potente la sangría”. ¿De qué está hablando este enfermo? “Nunca me atreví a contarles que era un adicto. ¿No se daban cuenta acaso que todos los jueves que nos juntábamos, o los viernes como hoy, siempre me iba a más tardar a las doce, doce y cuarto, y siempre tenía una excusa media rara? ¡Cómo les iba a decir que era por una teleserie! Me habrían hueveado hasta el cansancio y me habrían perdido el respeto. Pero ahora que se acabó, les confieso que fui un fan compulsivo de la mejor película dividida en capítulos que he visto en mi vida: Resistiré. Sí huevón, la telenovela argentina que daban en TVN hasta anoche. Sí y qué. Sí, la de la mina linda de pelo corto y del sicótico que traficaba sangre. Sí, la que en Argentina tuvo como 40 puntos de rating en el último capítulo. Locos, yo sé que es imposible que me entiendan si no la vieron, y que la pésima reputación del género culebrón contagia a cualquier cosa que se le parezca. Pero esto era Latinoamérica, sangre, Tarantino, romance de verdad, como cuando Baz Luhrmann hizo “Moulin Rouge”, homenajes a la saga del Padrino, kilos de mafia, corrupción, lenguaje de la clase media de verdad, un guión para abrir los ojos a cada rato y entender que sus creadores habían cambiado el paradigma del estilo, actores de un nivel increíble, personajes secundarios de los que te hacías cómplice en el segundo capítulo, tres o cuatro estrellas en los papeles principales, que simplemente rompían las expectativas más altas y una pareja que cuando se daban besos o tiraban te convertían en voyerista desde el estómago. Porque los atraques de Julia y Diego eran los que todos soñamos. Y, siempre, acompañados de una banda de sonido alucinante, con música de Babasónicos, Charly, Café del Mar, el francés Bang Bang, Barry White, Kevin Johansen y más. Mucho más. Ahora se fue, ya no existe y tengo claro que voy a sentir un vacío cada noche a las 00.30. ¿Estoy loco? Seguro. Pero te juro que cada persona que la vio en Chile y en Argentina debe sentir esa misma sensación de amor y odio. Una rabia por extrañar algo tan ridículo, como un espacio televisivo de 45 minutos. Y un fanatismo por las imágenes más intensas y creativas que se han visto en una caja idiota en años. Si Buenos Aires me parecía la ciudad más fácil de añorar y si siempre encontré obvio que los argentinos se ganaran todos los premios publicitarios en Cannes, después de esto me rindo ante el buen gusto de los porteños. Lograron que un huevón que jamás antes vio una teleserie haya estado dispuesto a mentir, engrupir a la familia, hacerse el enfermo, y todo por estar en cama, gozando solo, y sin convidar a la muñeca inflable llamada “Resistiré”. No, no pretendo que me entiendan. Sólo que me escuchen. ¿Para eso están los amigos, no? Para acompañar en el duelo. Y a mí me duele no volver a ver al científico Malaguer, al desquiciado-bisexual de Andrés y su tía Leonarda, a Caro, al Bebi, a la depresiva endógena de Martina y Gloria, su mamá inmadura; a Ricardo, el chofer de remis y su intachable señora Eladia, al gran amigo que era Ferchu, a la muy guarra de Rosario y al cornudo de Santiago, al maestro de la actuación Fabián Vena y su papel de Mauricio Dobal, al notable Pablo Echarri como Diego y a la mujer más linda del mundo: Celeste Cid como Julia. Nada que hacer, sólo resistir para no morirme de pena.

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