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Jóvenes y cultura actual
Pedro Rodríguez C.
21 de marzo de 2007
Los jóvenes en Chile son un porcentaje importante de la población y, dentro de éstos, los que pertenecen a los sectores “urbano-populares” son la amplia mayoría, si solo se considera para su determinación social los niveles de ingreso. Nuestra sociedad, heredera de un proceso complejo de aculturación y resistencia, muestra una compleja estructuración de pertenencias y visiones de mundo. A esto se suma la cuestión de la globalización, que referiré como cambio de época. Los cambios de época tienen que ver con aspectos sociopolíticos y culturales, que en este caso actual tienen efectos a nivel mundial. Se trata de un momento crítico para los sujetos, para el modo como ellos gestionan su instalación y desarrollo en la sociedad. Las personas deben afrontar el desafío de nuevos paradigmas, en todo ámbito de cosas: en el cómo se conoce el mundo; el cómo se progresa en la sociedad; el cómo se vive la intimidad familiar; el cómo se trabaja y se logra el sustento, etc. En otra época, la Revolución Industrial puso en crisis a la sociedad agraria, e hizo surgir una nueva sociedad, con el dominio de la lógica mecánica y de la producción en serie. Hoy, en cambio, somos testigos de la crisis de la industria, ante el dominio creciente de la informática y de lo mediático. En esto que he esbozado como cambio de época, hay al menos tres dimensiones involucradas: la dimensión sociocultural: en la que una generación desplaza a la otra rápidamente, no reconociendo “la voz de la experiencia”, pero necesitando de sus afectos; la dimensión económica: en la que todo empieza a funcionar como un mercado virtual, cuyas fluctuaciones son una verdadera magia para el ciudadano común; y la dimensión tecnológica: con el rápido avance, que obliga a sustituir equipos que se descontinúan y a saber empezar de nuevo con sus reemplazantes. Esto lleva a cambios en los sistemas de pensamientos, en la institucionalidad y en la autopercepción. Pensando de modo más agudo los elementos que caracterizan esta época, y que afectan de modo urgente al mundo juvenil en su “deslizamiento” hacia la adultez, tiene que ver con: La progresiva automatización de los distintos estratos de la realidad, partiendo por el modo como domina el hombre la materia (la industria), luego con el ámbito social (los equilibrios los pone el mercado) y finalmente con lo psicológico (el sujeto debe adaptarse, aun si el estrés le sobreviene una y otra vez). Los alcances que tiene la ya antigua teoría de la evolución, y la historicidad del devenir humano, como expectativa de “progreso al infinito”. Así, lo juvenil vendría a ser una etapa privilegiada para potenciar el mejoramiento generacional. Una suerte de policentrismo valórico, por cuanto no existe una sola verdad, ni tampoco existe lo absolutamente objetivo, especialmente en cuestiones de ética y de creencias. Lo que se ha llamado crisis de los metarrelatos, desde donde el hombre se explicaba la realidad, y que apuntaban a una causa externa al mundo (Dios). El derrumbe de una comprensión unitaria y lineal de la historia, para dar paso a una suma de pequeñas unidades fragmentadas de la vida (se ponen de moda las historias de la vida íntima). Hay que reconocer la complejidad particular que implica conocer lo juvenil, pues se parte del hecho que nunca podrá ser una auto-reflexión del ser joven. Los conceptos “juventud”, o “periodo juvenil”, son polisémicos, es decir, tienen distintas definiciones dependiendo de las corrientes psico-sociales que se tomen. Muchos coinciden que se trata de un concepto relativamente nuevo, que aparece a principios del siglo XX, a partir de la revolución cultural que trajo la industrialización. De hecho, antes la adolescencia coincidía con la juventud, pero ahora, es una etapa que se ha alargado, debido al distanciamiento de ciertos acontecimientos que antes estaban conectados, como el fin de los estudios con el inicio de la vida profesional, y el abandono de la casa con el matrimonio. No es muy descabellado decir que aquello que denominamos “juventud” sea una suerte de mito moderno, a partir de ciertos modelos prototípicos, lo mismo que las interpretaciones de sus crisis. Con todo, de hecho hablamos de los jóvenes, y los que son considerados jóvenes se saben a sí mismos como tales. El problema es conocer como se entienden a sí mismos.... qué dicen de sí mismos. Sin embargo, una vez que los hemos escuchado y estamos llegando a conclusiones interesantes, esa autocomprensión probablemente ya ha cambiado.... es una edad veloz en un tiempo veloz. Escuchar a los jóvenes es una cuestión compleja. No basta con “pasarles el micrófono”; como todos los seres humanos, los jóvenes también “hablan” a través de sus acciones. Sobre todo hay que saber leer lo que están haciendo los jóvenes. Intentaremos plantear las preguntas claves, para una lectura de lo que los jóvenes están diciendo: ¿Dónde están los jóvenes hoy en día? Estrictamente, habría que decir que “en todas partes”. La cuestión es ver dónde su presencia es “relevante”, para lo que acontece en el mundo de hoy. En este caso, y sin ánimo de caricaturizar, la pregunta se afina ¿están con los pingüinos o en el chateo por internet? ¿están viendo Rojo y toda la farándula, o preocupados de sus estudios y el futuro? Efectivamente los jóvenes están con los pingüinos y, al mismo tiempo, con el chateo.... Lo de los pingüinos ha sido una revelación... y aun no sabemos a ciencia cierta qué significa ese “estar con los pingüinos”. ¿Fue por una opción ideológico política? ¿fue por lograr sacar la voz, con un grito desesperado, como segmento social que sufre una discriminación aguda? ¿fue por una suerte de catarsis, de sentirse representados en rostros como los suyos en “la tele”? Probablemente de todo un poco. Pero hay ciertas constantes.... Sin negar la importancia de las reivindicaciones concretas respecto de la LOCE, habría que mirar con mayor horizonte. Hay una crisis más profunda: la educación resuelve un problema importante, y es que permite una mejor integración en el protagonismo sociocultural. Pero, seamos honestos, la educación por sí sola no resuelve el anhelo más hondo y de mayor deuda histórica: superar la pobreza. Por décadas su alimentó una expectativa que ahora llega a su punto de frustración: estudiar no garantiza totalmente, la salida del círculo de la pobreza: hay titulados universitarios que la están pasando mal económicamente. También están en el chateo, lo cual tiene mucho que decirnos: hay un espacio de comunicación que les pertenece, que es lúdico, que es muy poco discriminatorio y que genera un modo de crear vínculos que es “emocionante”... de lo virtual a lo real. En un mundo que nos hunde en el anonimato y en la soledad de la desconfianza, el chat permite al menos una ilusión de vínculo “protegido”... También están viendo y viviendo con Rojo y los programas de TV que se le asemejan.... ¿en qué se asemejan? En la oferta de obtención de triunfo o éxito rápido, aunque exista el costo del fracaso... ¿no ofrece un riesgo de fracaso la universidad, también? Al ver estos programas se puede soñar, fantasear, con el propio éxito. Lo que pasa con cada uno de sus personajes, las peleas, los reencuentros, son todo un imaginario de “gestión de sí” que se puede aplicar a la propia vida, del que los ve por la tele. Los rostros juveniles que aparecen se transforman en un “modelo” de cómo se debe gestionar a sí mismo un joven para alcanzar aquello que se sueña. También están en el estudio. A pesar de todo, es interesante observar que la cobertura en educación ha crecido de modo notable... en básica y media hemos alcanzado casi el 100%. A nivel universitario, hace un par de décadas menos el 5% iba a la universidad... hoy ya estamos cerca del 15% (alrededor de 600.000 jóvenes)... y eso sin incluir los institutos técnicos. Los jóvenes están preocupados, también, de hacer las cosas seriamente... quieren un mejor nivel de vida. El “negocio” de las universidades privadas tiene respuesta en un público joven, que cada día más aspira a una formación mayor y de calidad. Éste es el grueso de la tendencia actual. Pero hay tendencias que son, estadísticamente menores, pero no por eso son menos significativas: las tribus urbanas. Las tribus urbanas son aquellos grupos identificados con un cierto tipo de valores, a los que adhieren con una suerte de fanatismo: Lo significan con vestimentas distintivas, con gestos propios, con lugares de reunión, con un lenguaje y una estética característica (pintan muros, hacen malabarismos....) Algunos se preguntan ¿son puro resentimiento? responder que sí, sería no leer correctamente o reducir su significado. Se requiere de una lectura más fina, más propositiva: se trata, en primer lugar, de grupos de pertenencia, donde los jóvenes trabajan la configuración de su identidad. Necesitan confrontar valores propios con valores dados... normalmente los valores dados vienen de los propios padres... pero en una sociedad en cambio de paradigma cultural, hay muchos adultos que se sienten desautorizados en sus valores y callan su transmisión a los hijos. Es decir, no es necesaria la ausencia física de los padres, basta la ausencia simbólica-valórica de los padres, para que los hijos busquen confrontar valores en otros espacios. Muchos de estos grupos se muestran como “rupturistas”, “sacrílegos” o “irreverentes”... quizá es el único lenguaje que han logrado articular para llenar vacíos no tanto de ellos, como de la “sociedad muda”... Muchas veces es un oponerse a todo, quizá para que despierte la voz dormida o acallada del mundo adulto. Sin embargo, este oponerse no queda ahí, como si en la sola oposición estuviera su problema, sino que buscan una razón de las cosas y buscan llamar la atención, para que haya reacción. No es necesario que “todos” los jóvenes pertenezcan a una “tribu”. A estas alturas, basta vestirse como ellos, ponerse los “símbolos” que los identifican, para participar del mismo círculo de descontento y de oposición al silencio adulto. He insistido en el “silencio” adulto. Es preciso decir algo al respecto. No es que los adultos no digan nada... de hecho decimos demasiado... pero callamos otras cosas. Lo otro, lo silenciado, es aquello que no nos atrevemos a decir. Por ejemplo, si somos creyentes, no nos atrevemos a poner en el juego público nuestras convicciones. El mundo adulto, en el ámbito valórico, está mucho más cauto hoy que las generaciones anteriores... y este estar cautos, silenciados, se puede leer como “doble estándar”... y eso indigna a un joven que está en pleno proceso de cuestionamiento de su identidad y pertenencia valórica. Además, el joven tiene tensiones nuevas que debe saber afrontar: Vive un momento en el que se le ofrecen, más que nunca, posibilidades de opción; sin embargo, se siente apabullado e inhibido de poder escoger. Quiere escoger, pero teme y se enferma de temor, por miedo a equivocarse. Vive un momento maravilloso en cuanto no tiene, como antes, un mundo adulto que lo vigila y lo castiga; pero se siente solo, dejado a la deriva, sin apoyo... Sufre esta soledad y tiende a encerrarse en sus audífonos. Vive un momento en que la sociedad del conocimiento le ofrece múltiples modos de acceso, sin embargo le cuesta encontrar los caminos de selección de la información adecuada. Más que nunca el joven puede vivir su fe sin tanto prejuicio a su alrededor, sin que lo discriminen. Sin embargo, sus convicciones de fe suelen encontrar una amplia indiferencia a su alrededor, y le cuesta conciliar la alegría de creer en Jesucristo, y la pena de ver el desierto humano que no escucha a su anuncio. Estas tensiones no anulan el empuje juvenil, sino que implican un desafío. De hecho, lo que se puede ver, en esta rápida mirada, es que los jóvenes se ven fuertemente desafiados a “fundar” un mundo nuevo... la impresión que ellos dan es que se preparan para asentar las bases definitivas de la cultura que está por instalarse.... y quieren hacerlo bien; tienen temores, pero están mirando en esa dirección. ¿Hay algo utópico? Creo que sí, y gracias a Dios... Sienten que, el hecho de que todo esté en cambio, indica que en algún momento las cosas se tranquilizarán, y quisieran ser ellos los que pongan las bases de esa estabilidad.
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